Monday, September 10, 2007

HISTORIA DEL DEPORTE LORETANO

ANECDOTARIO

Con el advenimiento del centenario de la creación de la primera bandera nacional, se organizaron varias actuaciones, entre ellas una velada literario-musical en el Teatro Alhambra, en la que intervino un coro que cantó el Himno Nacional. Las estrofas fueron cantadas por la señorita Rosita Macedo. El coro estaba constituido por: Augusto y Juan Teixeira, Juan Menacho, Jorge y Eduardo Noriega, Marciano Meza, Luís García Torres, César A. Rojas, Guillermo Pereira, Oscar A. Barco, Julio G. Vergara, Julio C. Rodríguez Burga, Roberto Vigil Osores, Federico del Águila, Manuel O’Donell, Carlos R. Zubiate, Carlos Documet, Benedicto Arévalo Rodríguez, César A. Estrella, Carlos de Freitas, Alfonso Bartra, Víctor M. Feijoo, Manuel Burga Soto, Emilio Rojas, Jerónimo Pereira, Meneleo Meza López.
Como se puede observar estaba lo más granado de la juventud de aquella época, que militaba en distintos clubes deportivos, pero que a la hora de un acto cívico se unían en un solo grupo para liberar su unción patriótica.

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En cierta oportunidad llegó a esta ciudad un luchador profesional sirio de nombre Salim Salles, que ostentaba ocho medallas como prueba de sus triunfos en la lona.
Su primer encuentro fue de exhibición y lo sostuvo con el dirigente y deportista Eulogio Pérez. La exhibición no despertó gran interés en el público, y el sirio lanzó un reto a la juventud deportiva de Iquitos, por intermedio de la prensa, invitando a una lucha formal.
Manuel Estévez Vidal estaba en la plenitud de su vigor físico. Era campeón invicto de lanzamiento de la bala, y donde ponía su marca ninguno de sus competidores llegaba. Los amigos del club lo entusiasmaron y aceptó públicamente el desafío.
El encuentro se realizó en el Teatro Alhambra, y en él, a la técnica del sirio, Estévez opuso su extraordinario vigor físico, logrando escapar Salles a la derrota sólo merced a su experiencia. Se declaró empate. En el segundo encuentro, que ya el sirio temía por haber sentido la presión de los fornidos brazos de Estévez Vidal, mañosamente entró a la lucha con el cuerpo engrasado, y durante ella Estévez no lograba hacer presa en él. Se volvió a declarar empate.
El sirio, que más que todo buscaba la parte económica, le pidió a Estévez un tercer encuentro; ante el desafío éste le contestó: “Está bien. Yo lo acepto, pero tiene que ser en la arena del Athletic y bien bañaditos en la ducha que allí hay, para estar limpios”.
El sirio no aceptó la condición.

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A Miguel Villacorta le llamaban “Culebrilla” porque tenía la habilidad de esquivar a los contrarios con raras cabriolas en zigzag. También se daba maña para utilizar las manos al mismo tiempo que las rodillas, sin que el árbitro lo notara.
En cierto partido con Loreto avanzó en esta forma, y utilizando las manos llegó a introducir la bola en el arco que estaba defendido por "Manduca"
El árbitro sancionó gol. Los defensas de Loreto reclamaron, "Manduca" protestó, y al ver que el fallo se mantenía, los hermanos Vacalla y el mismo "Manduca", en lugar de arremeter contra el árbitro, como se habría hecho en estos tiempos, trataron de coger a Villacorta para vengarse, lo que no pudieron conseguir, porque éste huyó de la cancha hasta que se tranquilizaran los ánimos.

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El atletismo, que siempre fue factor principal en los triunfos del José Pardo en los campeonatos, le había colocado a la cabeza en la disputa de la Estatua Leguía con 24 puntos, contra 19 del Loreto.
Y faltaba para terminar el campeonato, sólo un partido justo con Loreto, por el cual según las bases, el vencedor se adjudicaría 6 puntos. El empate valía 3 puntos, y al Pardo le bastaba empatar para ser el ganador de la estatua.
Con ese ánimo entraron a la cancha, y en realidad todo hacía suponer que el resultado sería el empate, no obstante la gran pujanza que Loreto ponía en el encuentro.
Pero sucedió lo fatal, y esto corrió a cargo de Benjamín Dávila. En los minutos finales inexplicablemente cometió un hand penal, por el que ni se podía protestar. Ante la expectación general, Pedro Villacréz, que recién se estaba iniciando, se quitó el zapato para ejecutar la pena.
Y fue gol.

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Eduardo Noriega Rengifo fue socio “supernumerario” desde 1911, cuando aún estaba como alumno en el Centro Escolar Nº161. Jugaba en los equipos inferiores, cuando en 1916 se produjo la deserción del primer equipo del José Pardo, pero aún así no tenía oportunidad.
Una tarde, el centro half Donayre se lesionó en un partido con Dos de Mayo. El suplente nominado en el “desafío” para sustituirlo no había asistido, y el único uniformado en la cancha era Noriega.
Le hicieron ingresar, y su actuación fue tan brillante que cosechó muchos aplausos del público. Tenía 15 años.
Desde entonces se hizo titular del puesto. Practicaba gimnasia en aparatos y fue instructor de esta sección desde 1919. Practicaba atletismo y su especialidad fue el salto con garrocha, en la que llegó a los 3 metros con toda soltura. Saltaba con zapatos de calle y su técnica era puramente intuitiva.
Quizá hubiera podido mejorar su marca, pero por un lado, su único competidor con la misma altura era Emilio Berger, pues los demás se quedaban en los 2.80, y por otro los postes sólo tenían tres metros de altura. El último salto lo hacían ambos colocando la varilla sobre los extremos de los postes.
No se exigían ambos, porque siendo del Pardo, lo único que buscaban en las pruebas era acumular puntos para los campeonatos.
Jugó en el primer equipo hasta 1925, en que cedió el puesto a Carlos Núñez, el inolvidable “Elefante”.

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Miguel Villacorta se inició como la mayor parte de los futbolistas y atletas de esa época en el Centro Escolar Nº 161. En 1913 ingresó al José Pardo como “supernumerario”, y al no ser incluido en el primer equipo como había pensado que sucedería, se sintió postergado y sin decir nada a nadie se pasó al Dos de Mayo, jugando en éste su primer partido el 1 de enero de 1914, contra el José Pardo.
Estuvo en Dos de Mayo hasta principios de 1915, cuando volvió al Pardo. En agosto de 1916, cuando desertó en masa el equipo del decano, Villacorta pasó también al Loreto.
Hasta 1917, jugaba unos meses en Loreto y otros en José Pardo, sin renuncia ni nada por el estilo, con gran disgusto de los directivos, que lo solapaban por sus habilidades y por su carácter entusiasta y despreocupado.
Pero tanto abusó, que al final cuando por primera vez quiso hacer las cosas formalmente, al renunciar del Loreto, su renuncia no fue aceptada y sí decretada su expulsión, y su solicitud de ingreso al José Pardo tuvo mucha resistencia, logrando su aceptación en éste después de tres sesiones y un largo va y viene de la junta general a la junta directiva en forma casi antirreglamentaria.
En 1919 fue castigado por Berger con suspensión indefinida, y pretendió, con el segundo equipo al que había soliviantado, fundar el A.C. José Pardo Nº 2, pero sus amigos le convencieron de la inutilidad de su propósito y dándose por vencido solicitó amnistía.
Berger inflexible mantuvo la decisión de la dirección técnica, y sólo cuando viajó a Alemania, la junta directiva reconociendo los méritos de Villacorta por un lado, y la justicia del castigo por el otro, sin acuerdo ni nada parecido olvidó el castigo y lo reincorporó a las actividades.
Miguel Villacorta jugaba y actuaba en los otros clubes por su inquietud y rebeldía innata, pero en el fondo jamás dejó de ser del José Pardo, y esas fugaces escapadas de “hijo pródigo” sólo servían para reafirmar su cariño por el Pardo. Alejado de la práctica del deporte, en juntas directivas muchos años desempeñó el cargo de maestro de ceremonias con todo acierto.

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